Japón nos enamoró por sus contrastes. Desde el ritmo frenético y alienante de Tokyo, a la vivacidad eléctrica de Osaka, el Kyoto más tradicional, o la calma de Miyajima cuando la gran masa de turistas abandona la isla, pasando por el interior rural, montañoso y frondoso.
Y también por su cocina y por la calidez desinhibida de sus habitantes, que se abren al viajero más fácilmente en el contexto desenfadado de un karaoke, uno de los pocos momentos en que los japoneses se vuelven ruidosos.
La cultura moderna bebe fuertemente del anime. Pero Japón también tiene historia, interesante y genuina, y una curiosa y desacomplejada fusión de religiones.
Nos advirtieron: Japón os enamorará. Y la expectativa era altísima. A pesar de ello, el país nos cautivó.